La tarde era fría, lo que es completamente intrínseco del estado de Nueva Jersey; yo lo había olvidado, y solo llevaba encima mi playera de mangas cortas, y unos jeans bastante delgados; recordé que en mi maleta llevaba un anorak rojo, y no tardé mucho en estar cómodamente calentito bajo él.
Supuse que Debbie estaría en su casa, por la hora, sin embargo, luego de algunos titubeos, me dirigí a mi casa en primer lugar. Hablaría con Debbie en la mañana.
El aroma de mi hogar seguía cautivando cada uno de mis sentidos, y luego de poner un solo pie dentro cerré mis ojos para aspirarlo como quien aspira una línea de coca. La casa estaba vacía, absolutamente vacía, y sin todo el mobiliario se veía dos veces más grande. La recorrí por completo, saboreando cada paso como una puerta hacia doce mil recuerdos distintos.
De tanto entrar en la nostalgia me pareció escuchar la voz de mi hermana en el segundo piso, así que subí, pero nada. Solo fantasmas del pasado.
Subiendo las escaleras te encontrabas frente al cuarto matrimonial, y si caminabas a la derecha, frente a frente la habitación de mi hermana, y mi cuarto.
Para mi sorpresa, se habían llevado mi cama, pero estaban todos mis afiches de mis bandas favoritas, e incluso algunas inscripciones de Debbie cuando decidía quedarse en mi cuarto.
Siempre le dije que me molestaba que me rayara las paredes, aunque nunca me importó demasiado; incluso, lo consideraba tierno.
Acaricié sus letras suavemente, como si fuera su cara la que tocaba. Suspiré haciendo mucho ruido.
Me estiré en el suelo, ya debían ser como eso de las diez de la noche. La luz de la luna se colaba por entre las persianas, y el fulgor de algunas estrellas era visible dentro de los agujeros.
Tenía sueño, estaba cansado; no dormí nada durante el vuelo, sólo pensar, imaginar, rememorar, fantasear, y mi mente estaba exhausta de eso...
Me despertó la sirena de una ambulancia en el punto más agudo del efecto Doppler. Me exaltó un sonido tan fuerte en mis oídos; me recordó a mi viejo despertador que sonaba casi igual cada mañana para irme a la escuela.
La mañana era fría, quizá mucho para ésta época del año, pero con el anorak, poco se sentía. Bajé a la cocina: vacía. Qué deprimente.
Pensé que durante la noche podría llegar alguien a sacarme de la casa, después de todo ya no era mía, pero quién sería el idiota para reclamar una casa tan antigua en un pueblo ya casi abandonado.
-Dentro de unos años, todo ésto será nada más que polvo.- musité.
Y era lo más probable, ya que casi no quedaba población joven en Hackensack. Sólo Debbie, y Molly y Holly, si es que ellas no se habían ido también.
-Molly y Holly... ¡El Período Uno!- recordé.
Gran parte de mi vida amorosa con Debbie la pasé en aquél bar. Visitarlo me llenaría de sorpresas. Además, hace bastante tiempo que no veía a Molly ni a Holly; tenía muchas ganas de saber de ellas.
Salí de mi casa... de mi antigua casa, dejando mi maleta dentro. No llevaba mucho, solo un pijama que no usé la noche anterior, mi cepillo de dientes, y un par de Cd's que había guardado desde el viaje de dos meses por todo Estados Unidos.
Me dolía la espalda, tenía una molesta punzada en el cuello, de seguro porque dormí sobre algo duro.
Me iba masajeando el cuello con mis manos conforme daba cada paso por mi ciudad natal. Como un turista, miraba cada atractivo como algo completamente nuevo, aunque me supiera cada centímetro del pueblo de memoria.
Un par de calles y estaba en la dirección donde estaba el club Período uno... o al menos donde solía estar.
No había visto nada más deprimente en mi vida...
En el cartel se leía "P ri d no". Había perdido varias letras, las puertas rasgadas y rayadas, pero aún era legible un cartel de "clausurado" bastante viejo. Los vidrios polarizados estaban rotos y algunos incluso, no estaban. Como si hubieran saqueado el lugar por completo. Como si una pandilla de maleantes se hubiera hecho con el lugar para destruirlo.
Había luz dentro, así que sin titubeos me decidí a ingresar al añejo edificio, con la esperanza de encontrarme a alguna de las gemelas. Pero no, sólo había un tipo frente a una fogata, disfrutando del calor de un fuego artesanal, hecho con la madera de las sillas, y avivado con un plancha de madera que parecía ser del escenario.
-Puedo ayudarlo joven.- dijo el hombre abrazando sus propios brazos.
-¿Sabe usted qué pasó con éste lugar?
-¿Con el Período uno?
-Si
-El Período uno era el único club de entretención que tenía Hackensack; lo dirigían dos chicas, gemelas, Molly y Holly creo que se llamaban. El punto es que el negocio iba bien para ambas, hasta que Molly entró en las drogas, y poco a poco comenzaron los problemas con narcotraficantes. Tú sabes que esos tipos se toman las cosas en serio. Hace unos tres años, Holly se fue a vivir a Nueva York, escapando de un inminente desastre, mientras que Molly escapó con una chica lesbiana que conoció y que la enamoró. Creo que desde que estaban juntas dejó las drogas, aunque esos son solo rumores. Hay quienes dicen que fue la lesbiana la que la metió en todo ésto.
-Pero eso no me explica por qué está destruido.
-Una vez que los narcotraficantes supieron de la huida de las gemelas, decidieron destruirles lo más preciado.
-El bar.- miré el suelo.
-Exacto.
Molly, ¿por qué demonios caíste en eso?
Definitivamente las cosas habían cambiado desde que me fui. El pueblo carecía de la poca vida que aún le quedaba en los últimos años que viví en él. Era decadente.
-Muchas gracias señor, que tenga un buen día.
-Querrás decir buenas tardes.
-¿Qué hora es?
-Las tres de la tarde.
El frío y la oscuridad del ambiente me hizo pensarme en la mañana. Veo que dormí más de lo que planeaba. Debía ir a buscar a Debbie lo antes posible.
-Buenas tardes entonces.- me despedí con un apretón y salí del olvidado club, para dirigirme directo a casa de Debbie.
Al ver lo menguante que estaba el pueblo, y las instancias con las que contaba ahora, asumí que tenía que sacar a Debbie de ahí. Quizá era la última persona joven que quedaba, y no iba a permitir que terminara su vida en un pueblo fantasma.
De camino, pasé frente a la tienda de discos de Steven, el antiguo lugar de trabajo de mi ex novia. Miré hacia adentro de reojo, y ahí se erguía Steve. Contando unos Cd's, concentrado con algún dinero.
-Debe de estar bastante solo.- pensé. Entonces una chica salió de lo que parecía ser la bodega, y le besó la cara.
Continué mi camino con las manos en los bolsillos de mi anorak, y con la capucha puesta. Con cada paso que daba, el sentimiento de nerviosismo aumentaba, haciéndose molesto en mi estómago.
La vieja casa de los Hudson.
Probé una bocanada enorme de aire, y golpeé la puerta... nadie respondió. Tres golpes más... nada. Me asomé por el ventanal, y se veían todos los muebles dentro, perfectamente conservados. Al menos no se había mudado.
Pasé al patio trasero y escalé por las protecciones hasta la habitación de Debbie. Solía hacer eso cuando era más joven, para verla de noche sin que su madre se enterara. Intenté entrar, pero la ventana estaba cerrada con un pestillo, no había nadie en la casa. Con una pequeña gota de esperanza, volví a tocar la puerta tres veces más y aguardé ahí por unos minutos... nada.
Intenté imaginar dónde podría estar Debbie, y se me llenó la cabeza de posibilidades. Incluso me asustó el hecho de que pudiera haber viajado a Los Ángeles al mismo tiempo que yo venía hacia acá. Pero eso solo pasaba en las películas. Me sonreí ante mi estúpida situación.
En verdad, había solo un lugar en el que podía estar, en el cementerio, con su madre... Aún así, no estaba seguro. Pero, el padre de Debbie de seguro sabía de su paradero. Recuerdo que nunca le agradé al viejo, aún así sabía que tenía un negocio en una gasolinería junto a la carretera. Debía caminar unos quince minutos, pero me haría bien.
Para cuando llegué, el lugar estaba casi vacío. Fácilmente alguien aparcaba y sacaba gasolina sin permiso previo, y arrancaba con el tanque lleno.
-¿Hola?- de fondo sonaba en una victrola una vieja canción country, posiblemente de los años cincuenta.
-Acá atrás hijo.- llamó una gruesa voz de vaquero.
Me asomé y vi a un anciano sentado en una mecedora. Ajustaba un arma, un rifle enorme.
-¿En qué puedo ayudarte?
-Estoy buscando a Bill Hudson.
-Así me dicen, compañero.
Me asombré, definitivamente era él. Pero no lo parecía. Estaba muy cambiado, y las arrugas le habían hecho peor.
Sostenía un palillo en su boca. Lo escupió y encendió un cigarro que extrajo del bolsillo en su pecho.
-Repito, ¿en qué puedo ayudarte?
-Señor Bill, soy Jack Carlton, el novi... ex novio de su hija Debbie. ¿Me recuerda?
Encajó la culata con el cañón del arma y me sobresalté cuando lo hizo. Dejó el arma en una pequeña mesa que tenía cerca, y de ahí mismo recogió unos lentes, que luego de limpiarlos, se los puso y me miró con los párpados casi juntos.
-Claro que te recuerdo, tu eres el chico que es famoso.
-Algo así.- no me gustaba presumir sobre mi fama.
Un silencio.
-Señor, estoy buscando a Debbie, necesito hablar con ella urgentemente. ¿Sabe dónde puedo encontrarla?- lo sonreí para mostrar gentileza, no quería que me disparara o algo por el estilo.
El viejo aspiró el cigarrillo, y botó una bocanada de humo lo suficientemente grande como para cubrir su cara con éste. Su mirada era inescrutable, parecía alguien firme, sin sentimientos. Dejó el cigarro en su boca, y volvió a tomarlo, esta vez con el dedo pulgar y el índice. Lo arrojó lejos, tomó el arma. Volvió a abrir el cañón e insertó dos cartuchos de 12 mm. Armó el rifle, lo tomó con las dos manos.
Estaba asustadísimo, como una roca, analizando cada movimiento del senil hombre.
Dejó muy violentamente el arma sobre la mesa, a lo que mi cuerpo respondió con un estremecimiento.
-Jack...- guardó silencio. Demonios, otra mala noticia.- Ésto que vas a oír quizá sea muy duro para ti. Quizá sea más difícil para ti.
Estaba gélido, mis manos comenzaron a sudar, y empecé inconcientemente a morder mis uñas.
-Hace dos meses, cuando Debbie volvió de Los Ángeles, estaba herida, sumamente dolida por lo que había visto. Sus ojos no tenían el brillo que alguna vez tuvieron, su cara estaba sumida en la desesperanza. Le sugerí que se fuera con su hermana a París, pero se negó; hablaba de una promesa, de tener que quedarse acá en Hackensack, para esperarte a ti.- el hombre se levantó de la silla, y pude notar mucho mejor su expresión.- Pasó el primer mes, en el que ni un solo día sonrió, y le dije que le pagaría los pasajes hacia París, que no soportaba verla de esa manera. Estaba trabajando conmigo, ¿sabes? El punto es que seguía negándose, seguía con la estúpida idea de que algún día tu volverías por ella.
>>Entonces llamé a Ashley, y entre los dos intentamos convencerla, no obstante, no daba su brazo a torcer. Entonces Ashley y yo, le dejamos claro que tú no volverías, que se quedaría acá estancada, sin un futuro, en un pueblo de mierda lleno de viejos decrépitos sin una vida más que la que tienen en sus mecedoras.
>>Nos agradeció por los consejos pero decía que su decisión ya estaba tomada...
Bill se acercó lentamente a mí.
-Hace dos semanas fui a verla a la casa, ya que era el tercer día que faltaba al trabajo, y pensé que quizá podría estar enferma, pero no...- cerró sus ojos, como si tuviera un pesar enorme en sus labios.- la encontré en la ducha, pálida, con ambos brazos cortados, y una cortaplumas ensangrentada.
Mi realidad se volteó. Millones de nubes pasaron frente a mí. Ya no veía, no olía, no palpaba, no degustaba, no oía, no sentía absolutamente nada. Mi tormento más profundo se había vuelto realidad.
-Se rindió.- aseveró el anciano con la vista gacha y llorando desconsoladamente.
Inspiré por la nariz, para ver si podía mantenerme en pie pero fue inútil. Caí de rodillas contra el asfalto, y rasgando mis dedos en el suelo comencé a llorar.
El corazón ya no estaba, me lo habían arrancado, y gritaba por ello. Lo que estaba viviendo en ese momento era un suplicio. Y todo por mi culpa. Debbie Hudson se había quitado la vida intentando esperarme, y yo había llegado dos semanas tarde.
La aflicción del viejo lo hizo meterse a una caseta detrás de la silla mecedora. Supuse que no saldría.
Con mi mayor esfuerzo me puse de pie, y me dirigí al cementerio. Ya no era el corazón el que dominaba mis sentimientos. Me había vuelto una máquina, imposibilitada de reír, o incluso llorar. Mi vida ahora era nada.
Aquí yace Deborah Elizabeth Hudson (1984-2010)
"Es necesario esperar, aunque la esperanza haya de verse siempre frustada, pues la esperanza misma constituye una dicha, y sus fracasos, por frecuentes que sean, son menos horribles que su extinción."
Así leía el epitafio. Lo miré inexpresivo, con una cara de póquer incapaz de tener otra sensación más que la de un vacío infinito en el lugar donde debería haber un corazón.
Algo comenzó a volver, a brotar de mis ojos. Las lágrimas inundaron mi rostro otra vez, y éste se fue deformando para dejar salir una congoja que tortura el alma, si es que me quedaba algo de ella.
-No puedo creerlo. Dicen que nunca hay que decir nunca, pero ésta vez es un nunca justificado. Nunca más podré probar tus labios, nunca más volver a oír tu voz. Nunca más volver a sentir tu aliento contra el mío. Nunca más.
>>¡Demonios Debbie dijiste que esperarías!- me quejaba, y tosía por la imposibilidad de seguir respirando si no respirabas el mismo aire que el mío.
Comencé a ahogarme, necesitaba aire. Me saqué el anorak y miré al cielo, ahí estaba. Un cerezo.
-Recuerdo que siempre te encantó cómo se veía un cerezo en otoño, como en nuestra cita favorita. Respirando esa exquisita imagen de una pareja feliz. Disfrutando de nuestro eterno amor, un amor puro, llevadero. Y aunque tuvimos nuestros pros y contras, te amo. Amo todo lo que tenga que ver contigo, y nunca te olvidaré Debbie. No hay nada en el mundo, ninguna palabra en ningún idioma que explique todo lo que sentí, siento y sentiré por ti. Porque te amo es una palabra pequeña, y yo necesitaría millones de letras para contar cada momento que pasé contigo, y lo que sentí por ti en ellos.
Corté una hoja del cerezo y te la dejé frente a la lápida. Un tierno beso plasmó todos los sentimientos y reconcomios que alguna vez tuve por y contigo. Solo así dejaba mi vida en tus manos, de rodillas, con un poderoso ósculo rebosante de rememoraciones de un tú y yo, pero por sobre todo, un nosotros.
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