Sentí el viento en mi cabello, vi como mi barba crecía con el paso de los días. Me bañaba en ríos, y las únicas noticias que recibía eran las de los precios de los moteles que usaba de vez en cuando. Si no encontraba uno cerca, mi auto era bastante cómodo, pero mucho más inseguro. Y si, me robaron el estéreo mientras yo dormía plácidamente. O al menos eso creo, porque una mañana ya no estaba.
Usaba la misma ropa a diario, y me cambiaba solo la ropa interior, que lavaba frecuentemente conjunto a me bañaba yo.
Pasé dos días en un hospital del condado de Tennessee por un malestar estomacal, probablemente ocasionado por unas papas fritas que sabían raro. Aún así, nada me detuvo.
Con respecto a la decisión que debía tomar, pensé, y analicé cada posible destino que podría tocarme. Me proyecté, y a diario me preguntaba: ¿con quién te ves dentro de treinta años?
Y la verdad es que no llegué a nada. Estaba cansado de ser yo siempre el que decidía.
Determinado ahora solo me dirigía a Los Ángeles a ver la reacción de Víctor, y su decisión. Si elegía botarme, estaba bien. Viajaría a Hackensack también a hablar con Debbie. Todo estaba planeado. Si Víctor me rechazaba, tenía a Debbie.
De pronto me sentí suertudo por tener a las dos mejores personas del mundo enamoradas de mí. Sentí por un segundo que mi futuro sería llevadero, de una u otra manera, aunque suene lleno de egolatría y egocentrismo; sé que podía manejar ambas decisiones.
En el caso de que ambos decidieran dejarme, estaba preparado, y saldría adelante.
Una extraña sensación de dèjá vu me llenó cuando entré a Los Ángeles. Algunas cosas habían cambiado; un enorme cartel antes de Coco Channel, ahora pertenecía a Christian Dior, exhibiéndose un exquisito vestido negro junto a su nuevo y último perfume femenino.
Me miré por el retrovisor y pude notar que físicamente habían cambios en mí; a pesar de mi look de ermitaño -con barba y pelo largo incluidos- mi cara parecía más adulta que la cara del adolescente que dejó la ciudad ocho semanas atrás.
-De seguro es la barba.- suspiré.
Cuando llegué a mi edificio, estacioné donde siempre, y saqué mi bolso del asiento trasero de mi vehículo. Descendí.
-¿En qué puedo ayudarlo?- Karen lucía increíblemente distinta, pero su cara no había cambiado en nada.
-¿Karen?
-Si.- comenzó a asustarla el hecho de que un extraño de pelo largo supiera su nombre.
-Soy yo.- le sonreí.
Abrió los ojos como platos, y saltó de su cubículo a abrazarme.
-¡Señor Jack!- me decía mientras me miraba atónita.
-Ya te he dicho que no me gusta que me llames señor, linda.- volví a abrazarla.
-Lo lamento, señor.- rió.- ¡Dios mío, luce tan diferente!
-¿En serio?
-En serio, hasta parece que lleva años lejos.
Me reí por su voz, era aguda como la de una niña pequeña.
-¡Me da tanto gusto verlo!- volvió a su cubículo.- Lo extrañamos mucho acá en el edificio.
-Yo también los extrañé, pero era necesario.
Un silencio.
-Así que, ¿aún tiene sus llaves?
-¡Claro que sí!
-Entonces, adelante, bienvenido a casa.
Monté el ascensor y marqué con lentitud el piso 22. Al parecer había perdido la práctica. Me entraron náuseas cuando se movió el suelo para el ascenso, pero luego de unos minutos, ya todo había pasado, y me encontraba a salvo frente a mi puerta.
Cerré los ojos y disfruté cada minúsculo sonido que emitió mi llave atravesando la cerradura.
Si hay algo que aprendí durante mi viaje, es a valorar lo que no tenía durante esos días. Y extrañaba tanto todo, que parecía un nostálgico recuerdo volver a vivirlo otra vez.
El frío metal del pestillo me heló la mano; roté mi muñeca y ahí estaba. Mi apartamento.
El mismo olor a velas aromáticas y flores silvestres que solía tener siempre. Me sonreí de la emoción. Como un pequeño corre a los brazos de su madre luego de caerse al suelo, yo corrí a mi cama, a abrazarla, a sentir su aroma, su suavidad y textura nubosa. Recordé que probablemente estaba sucio y maloliente, así que sólo me hice parte de mi liturgia diaria de tomar un largo baño revitalizador en mi jacuzzi, y en menos de diez minutos, estuve dentro de centímetros de espuma y agua. Cerré mis ojos para captar el cansancio que llevaba encima.
-No creo que sea algo malo.- afirmé para mis adentros y me dejé llevar por el sueño.
Mientras dormitaba con un suave sonido de fondo, me acecharon una serie de recuerdos del día en que me fui: mi siesta en el mirador, mi sueño con Maggie, la extraña visita, y luego la carta, aquella carta aún cerrada.
Me exasperé por las ansias de abrirla, y saber que decía, de manera que mis reacciones fueron bastante aceleradas desde que salí de la tina; había un pequeño problema: no tenía ni la menor idea por dónde empezar a buscarla.
No es que mi departamento sea un gran espacio, de hecho es bastante compacto, aún así, podía estar en cualquier lugar, incluso en la basura. Con eso y todo, busqué, y conseguí lo que quería en mi mesa de noche. Al parecer la carta había sido colocada ahí muy delicadamente. Quien fuera que la dejó ahí, tuvo la amabilidad de no abrirla, porque permanecía en su sobre sellado, tal y como la recordaba.
Con mucho cuidado, como si tocara una reliquia, rompí el papel cobertor y extendí la hoja. Era un poema, que narraba nuestra historia. De alguna manera, con solo mirar aquellas letras escritas por el puño de mi amada, me hicieron saber, no imaginar, saber por todo lo que pasó los cinco años que no nos vimos.
Otra vez una amarga nostalgia inundó mi corazón; me sentía culpable, y a la vez vacío sin ella. Pero estaba Víctor.
En el fondo de mi corazón, y como un sentimiento absurdo, incluso obsceno, quería que Víctor me rechazara, así las cosas serían más fáciles. Entonces entraba mi estúpido sentido común que me hacía menesteroso de su amor.
Sonó mi celular. Miré la pantalla líquida, era David.
-¡Hombre volviste!
-Si, estoy de vuelta.
-¿Qué hiciste en todo este tiempo?- parecía un niño pequeño en navidad.- Espera no, no me cuentes. Estoy en camino, llegaré en cinco minutos.
-Te espero.- no sirvió de nada mi última oración, ya que ya había cortado.
Como lo prometió, estuvo en casa en cinco minutos, incluso menos.
Nos sentamos cómodamente en el sofá y conversamos acerca de mi viaje, de todo lo que vi; le confesé cada anécdota con muchos detalles, intentando evitar el tema principal, y la razón por la que abandoné todo a la mitad. Luego de unos treinta minutos de solo oír mi voz, David comenzó a hablar.
-El otro día...- guardó silencio, intentando recordar algo.- No, ayer... si, fue ayer, escuché una canción tuya en la radio. Al parecer la gente aún no te olvida por acá.
-Me alegra escuchar eso. Pretendo volver al negocio, si a ti no te molesta obvio.
-¡Por supuesto que no!- sonrió, luego su imagen se torció completamente a una sombría. Pasaba algo malo.
Guardé silencio esperando que hablara, pero no dijo nada. Era malo.
-Estoy con alguien más en el negocio Jack.- lo dijo mirándome a los ojos, clavándome sus pupilas en las mías.- Yo, necesito dinero para las deudas, y tenerte fuera quizás cuánto tiempo me hizo sentir inseguro. Sabes que necesito dinero; y se acercó ésta chica, es bastante buena, lleva solo un mes y medio, y ya tiene su reputación hecha.
-Entiendo.
-¿No te molestas ni nada?
-Para nada.
-Estás mintiéndome.- me apuntó con su dedo índice.
-No David, en serio, es completamente comprensible. Te entiendo, en serio.
-¿Mejores amigos?
-Eso si que si.
Lo abracé firmemente; definitivamente extrañaba sus abrazos reconfortantes, su sonrisa revitalizadora, y sobre todo, sus certeros consejos. Metía el dedo en la yaga, pero tenía algo en las manos que sanaba la herida. Si, la mejor elección que hice en mi vida, fue la de mi mejor amigo.
-Ok, ahora no puedo respirar.- rió cuando excedimos el minuto de abrazo.
Lo solté y volvimos a tomar asiento. Pasó a la cocina y sacó dos latas de cerveza. Me sorprendía que aún estuviera llena mi despensa. Me alargó una abierta luego de abrirla.
-Lo mejor de salir un tiempo, fue que además de conocer caminos y carreteras, me conocí a mi mismo, y ahora sé realmente lo que quiero.- tomé un sorbo de alcohol; sabía igual que siempre, exquisita.
La mirada de David volvió a decaer. Demonios, algo peor.
-¿Sucede algo malo?
Guardó silencio. Sí, era algo malo, muy malo.
-¿David?, me estás asustando.
-Jack.- me miró a los ojos directamente. Su mirada me dolió.- Víctor...
-¿Víctor?- me estaba ahogando, temía lo peor.
-Víctor conoció a otro chico. Se mudó el mes pasado; al parecer te olvidó más rápido de lo que demoró en enamorarse de ti. No me quiso decir dónde iba, ni cómo se llamaba el chico. No he hablado con él desde entonces.
Comencé a morder mis uñas, esa vieja costumbre la había perdido hace años, y sólo lo hacía cuando algo era muy importante.
Inconcientemente sonreí. ¡Mi deseo oculto se había hecho realidad!
Y ni siquiera tuve que tener una incómoda charla con Víctor. Las cosas se veían mucho mejores ahora. Volvería a Hackensack, a buscar a Debbie, rogaría por su perdón, y me la traería de vuelta a Los Ángeles. Era perfecto.
-¿No deberías estar triste?- David parecía más asustado que confundido.
-No David, no lo entiendes. Yo amo a Debbie, siempre lo haré. No puedo vivir sin ella. Iré a Hackensack a buscarla, la traeré acá, y podremos vivir tranquilos y juntos al fin.
-Ella estaba enojada cuando se fue.
-No lo está. Mira.- le alargué la carta que me había escrito.- Dice que esperara por mí en Hackensack. Es hermoso, no lo crees. Serviría para una canción.
-Jack, eres la persona más disfuncional que conozco.- admitió sin quitar los ojos del papel.
-Nadie te está contradiciendo.- le golpeé dos veces su mejilla.
Busqué las llaves de mi auto y bajé al lobby otra vez. Al parecer había llegado, pero no para quedarme. Encendí el motor, y dejé que la máquina rugiera por entre el asfalto camino al aeropuerto. Moría de ganas de verla, no podía esperar al ver su rostro. Todo sería como siempre debió ser.
-Un pasaje de ida a Hackensack por favor.- dije mientras buscaba la tarjeta de crédito en mi billetera.
1 comentario:
tu kzhauz que estoy de vacas..pero no puedo evitar abrir este blog toooodos los días para ver si hay capitulo nuevo ><....el 12 el 12 PORFAVOR !!!
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